miércoles, 18 de noviembre de 2015

Origen de las palabras "Boludo" y "Pelotudo"

Colaboración de Roberto Sansobrino


En las Guerras de la Independencia, nuestros gauchos peleaban contra
un ejército de lo que en aquella época era el Primer Mundo. Una
maquinaria de guerra con disciplina de las mejores academias
militares, armas de fuego, artillería, corazas, caballería, el mejor
acero toledano, etc.
Nuestros gauchos (los montoneros), de calzoncillo cribado y botas de
potro con los dedos al aire, sólo tenían para oponerles pelotas
(piedras grandes con un surco por donde ataban un tiento, bolas -las
boleadoras- y facones -que algunos amarraban a una caña tacuara y
hacían una lanza precaria-. Pocos tenían armas de fuego: algún
trabuco naranjero o arma larga desactualizada.
¿Cuál era la técnica para oponerse a semejante maquinaria bélica como
la que traían los realistas?
Nuestros gauchos formaban en tres filas: La primera era la de los
PELOTUDOS, que portaban las pelotas de piedra grande amarradas con un
tiento. La segunda era la de los LANCEROS, facón y tacuara, y la
TERCERA la integraban los boludos con sus boleadoras o bolas.
Cuando los españoles cargaban con su caballería, los pelotudos,
haciendo gala de una admirable valentía, los esperaban a pie firme y
les pegaban a los caballos en el pecho, que de esta manera rodaban y
desmontaban al jinete y provocaban la caída de los que venían atrás.
Los lanceros aprovechaban esta circunstancia y pinchaban a los
caídos.
Entonces, los boludos (que no eran tan boludos porque venían atrás)
los rematan en el piso.
Allá por la década del ’90 (1890) un Diputado de la Nación aludiendo
a lo que hoy llamaríamos “perejiles”, dijo que no había que ser
pelotudo en referencia a que no había que ir al frente y hacerse
matar.
Fue algo así como decir “no hay que ser estúpido”. Esta fue la
segunda acepción que se le dio al término: 1º aguerrido 2º estúpido o
similar. Con el tiempo se sumó a esta última clasificación la palabra
boludo y el imaginario popular lo fue incorporando como al que los
genitales grandes le impedían moverse con facilidad.

Ejemplo de nobleza

La nobleza

   
    Esta historia se refiere a dos de los
grandes tenores, Plácido Domingo y José Carreras, que emocionan al mundo
cantando juntos.

Aún los que nunca visitaron España ya conocen la rivalidad existente
entre catalanes y madrileños, ya que los primeros luchan por su
autonomía en una España dominada por Madrid. Hasta en el fútbol los
mayores rivales son el Real Madrid y el Barcelona. Pues bien, Plácido
Domingo es madrileño y José Carreras es catalán. Por cuestiones
políticas, en 1984, se volvieron enemigos. Siempre muy solicitados en
todas partes del mundo, ambos hacían constar en sus contratos que sólo
se presentarían en determinado espectáculo si el adversario no fuese
convidado.

Pero en 1987, Carreras se hizo de un enemigo mucho mas implacable que
Plácido, se le diagnosticó leucemia. Su lucha contra el cáncer fue
sufrida y persistente. Se sometió a varios tratamientos, como el auto
transplante de médula ósea, además del cambio de sangre, lo que lo
obligaba a viajar una vez por mes a los Estados Unidos. Claro que en esa
condición no podía trabajar y a pesar de ser dueño de una razonable
fortuna, los altos costos de los viajes y del tratamiento rápidamente
debilitaron sus finanzas. Cuando no tenía mas condiciones financieras,
tomó conocimiento de la existencia de una fundación en Madrid, cuya
finalidad única era apoyar el tratamiento de leucémicos. Gracias al
apoyo de la Fundación Hermosa, Carreras venció la dolencia y volvió a
cantar.

Demás está decir, que recibiendo nuevamente los altos cachés que
merecía, José Carreras trató de asociarse a la fundación, fue entonces
que leyendo sus estatutos, descubrió que el fundador, mayor colaborador
y presidente de la fundación, era Plácido Domingo, y más aún, se enteró
que éste había creado la entidad, en principio, para atenderlo y que se
había mantenido en el anonimato para no humillarlo al tener que aceptar
auxilio de un enemigo.

Tiempo mas tarde cuando la relación se había convertido en una gran
amistad, Plácido Domingo respondía en una entrevista que había creado la
fundación para revivir al único artista que podría hacerle alguna
competencia, su respuesta fue corta y definitiva:
- Una voz como esa, no se puede perder...

Esta historia no debiera caer en el olvido y sí servir de inspiración y
ejemplo de lo que es capaz la nobleza humana.



Excomulgar a un cometa

Calixto III, primer papa español

Día grande para España en el Vaticano
el 9 de abril de 1455, porque en esa
fecha el cardenal Alonso de Borja fue
elegido papa, el primer español que
aposentó sus reales en el solio
pontificio. Y para ser el primer papa
exportado, no estuvo mal. Ha dado
mucho juego a la historia, sobre todo
porque dejó bien colocado al resto de la
familia, léase su sobrino y futuro papa
Borgia, Alejandro VI, y a los hijos de
este disipado pontífice, entre ellos los
famosos Lucrecia y César Borgia. Los
papas, por aquel animado siglo xv,
gustaban de tener mucha y variada
descendencia.
El primer papa español tomó
trascendentales decisiones, pero la más
extravagante y cómica, no de su papado,
sino de toda la historia del Vaticano, fue
la excomunión de un cometa. Calixto III
excomulgó al cometa Halley, ese que
sólo se deja ver cada setenta y tantos
años y que tuvo la mala suerte de pasar
justo cuando estaba Calixto III. Pero el
asunto no quedó en mera anécdota,
porque además de excomulgar al
cometa, el papa ordenó a la cristiandad
que el rezo del Ángelus, además de al
amanecer y al anochecer, se hiciera
también al mediodía. Y hasta hoy.
Cuando el papa llevaba un año en el
trono, los astrónomos corrieron a
advertirle que en la bóveda celeste
había un cometa grande y terrible, con
una cola de color amarillo que parecía
una llama ondulante. Textual. Calixto III
buscó sus propias explicaciones al
fenómeno: aquello era un signo de la ira
de Dios porque los turcos acababan de
apropiarse de Constantinopla. Así que
tomó varias medidas: primera,
excomulgar al cometa; segunda, que
todos los príncipes cristianos se unieran
contra la invasión musulmana; y tercera,
decretar que todos los católicos rezaran
el Ángelus a mediodía para hacer
desaparecer el cometa o, en su defecto,
provocar su caída sobre Constantinopla
para exterminar a los turcos de un golpe.
El cometa, afortunadamente, se tomó
en serio lo de la excomunión y se largó,
porque si llega a caer en Constantinopla,
se van a hacer gárgaras no sólo los
turcos, también los Borgia, el Vaticano y
la cristiandad al completo.

Nerón el artista

Nace Nerón
Se llamaba Lucio Domicio Ahenobarbo
y vino al mundo el 15 de diciembre del
año 37. Nació de pie, dicen que un signo
de éxito en la vida, y cierto es que, justo
hasta el momento en que se murió, todo
le fue bien. El nombre de Nerón no lo
recibió hasta unos añitos después de
nacer, cuando se lo puso su padre
adoptivo, Claudio. Ahora, el nombre de
Nerón es un sinónimo de chiflado,
pirómano, asesino, desviado sexual,
megalómano, suicida y, lo peor, un
plomazo.
Nerón llegó a emperador con sólo
dieciséis años, gracias a que su madre,
la maléfica Agripina, se cargó a Claudio
y logró que su hijo fuera aclamado por
el Senado y la guardia pretoriana. En la
Roma de aquel siglo primero esto no era
difícil. Bastaba presentarte en los
cuarteles y prometer todo tipo de
favores a soldados y oficiales, repartir
trigo y dinero entre el pueblo y tener
contentos a los senadores. Y la verdad
es que cumplió todas sus promesas. De
hecho, durante sus primeros cinco años
de gobierno fue un emperador modélico.
Buscó la paz, redujo los impuestos,
estableció un ecuánime modelo de
justicia para todo el mundo, recortó los
gastos ostentosos de palacio… ¿En qué
momento se le fue la cabeza? Pues no
está claro, pero se le fue del todo. A
partir de ahí le dio por matar a todo el
mundo que amenazara su poder o le
llevara la contraria.
Pero el peor castigo que sufrió el
pueblo de Roma con Nerón fueron sus
supuestas dotes artísticas. La primera
vez que actuó fue en Nápoles. Estuvo
cantando y tocando la cítara durante
varios días. Él paraba y descansaba,
pero ordenó el cierre del teatro para que
nadie pudiera abandonarlo. Las crónicas
cuentan que algunas mujeres dieron a luz
durante su soporífera actuación y que
algunos espectadores se hicieron los
muertos para que retiraran sus cadáveres
y así poder huir del castigo.
Lo malo es que Nerón estaba
convencido de haber nacido para el arte
y la declamación. La última frase que
pronunció demuestra que no se apeó del
burro ni siquiera en su último momento.
Dijo: «Qué gran artista muere conmigo».
Lo dicho, un plomazo.

Una agencia de viajes para peluches


  Una agencia de viajes… ¡para peluches! En Japón todo es posible



Quizás para algunos, la musa inspiradora de un viaje a Japón sea
encontrarse cara a cara con animé que tanto vieron a través de una
pantalla. Para otros, mimarse con un auténtico sushi, sin que haya
sufrido todas las transformaciones para adaptarlo a los paladares
extranjeros. O quizás sea llegar hasta la cima de Mt Fuji y poder gritar
a los cuatro vientos /“I´m aliveeeeeeeeeeeee!”/, como anunciaba una
viejita que vivía en una casa rodante cercana a la nuestra en un
/caravan park/ de Australia cada mañana.

En nuestro caso, nuestra mayor motivación de pisar tierras niponas era
*conocer personalmente a una de las personas más creativas del mundo
quizás: la fundadora de Unagi Travel, una agencia de viajes para
peluches.* Sí, tal como leíste. Viajes creativos para que tu
osito/conejito/perrito/inserte-aquí-su-peluche pueda tener unas
merecidas vacaciones. ¿Y el dueño? No, vos no vas con él, lo mirás desde
casa, por internet.



Para poder entender todo esto, hay que remontarnos a los orígenes (?).
Resulta que un día, Laura Lazzarino fue invitada al rescate de un oso de
peluche en Rosario que estaba atado en la puerta de un negocio (¿viste que no sólo en Japón pasan estas cosas?). Además de la historia del desafortunado oso,
compartió un link que podría haber pasado desapercibido, pero no lo fue.

*Fue en ese momento en que reconfirmamos que nuestro viaje por Japón
sería la búsqueda incansable de las bizarreadas que lo hacen único e
irrepetible.* Sí, está lindo Kyoto, Mt Fuji también, pero… ¿qué le gana
a poder entrar a un café con gatos, ver un local
donde la gente paga por dormir la siesta acompañados, pasar por “cuevas
electrónicas” donde la gente se va a masturbar, encontrar las máquinas
expendedoras de bombachas usadas, o a mandar a nuestro peluche a un tour?

Apenas pisamos Japón, le escribimos a Sonoe, la fundadora de Unagi
Travel, *contándoles de nuestro viaje, y confesándole que tenemos un
peluche viajero y que sería un honor para nosotros que pudiera pasar
unos días entre nuevos amigos.* A las pocas horas, ya teníamos la
respuesta en nuestro buzón cibernético: Melako -nuestro peluche- estaba
invitado a pasar unos días con ellos. Arreglamos cita, y tal como si
estuviéramos llevando a nuestro hijo a su primer día de clases, llegamos
a la oficina de Unagi llenos de emoción -y con Melako en la cartera,
obviamente-.


      *¿Cómo funciona?*

La cosa es así: vos tenés a tu peluche en tu casa. Estás demasiado
ocupado y no podés llevarlo de viaje, entonces lo ponés adentro de una
cajita y lo mandás por correo rumbo a Japón. Del otro lado, Sonoe y las
dos guías peluche (Unana y Unasha) lo reciben. *Desde ese momento, vas a
poder tener un seguimiento de tu “mascota” durante toda su estadía
gracias a Facebook que todo lo sabe, todo lo ve.* Va a probar comida
típica, aprender japonés, recorrer Tokio, y hasta puede que tenga suerte
y le toque ir a un parque de diversiones.

      *¿Cuánto cuesta?*

*Depende del tour que elijas, te va a costar entre USD 35 y USD 55 hacer
realidad el sueño de tu peluche.* Pero pará, esto no sólo incluye el
tour, sino que en el combo también está incluida la estadía en Tokio por
unas tres semanas. Para tu peluche, obvio. Aclaramos por si pensaste que
era para vos también, acordate que te toca mirarlo desde casa…

Todo el tiempo surgen nuevas actitivades. Esta semana tocó parque de
diversiones!

Todo el tiempo surgen nuevas actitivades. Esta semana tocó parque de
diversiones!


      *¿Y hay muchos peluches viajeros?*

Ver para creer, creer o reventar, o como lo quieras llamar. *Unagi
Travel es un boom en Japón*, y se está expandiendo a Estados Unidos.
Además, dentro de muy poquito, se amplian los horizontes y también van a
empezar a organizar viajes a otros países. ¿Pensaste que nadie se
engancharía?

Cuando lo fuimos a buscar a Melako, tuvimos la suerte de coincidir con
la primera presentación de los “viajeritos” (¿cómo llamarlos?). Nada más
ni nada menos que un circo donde los protagonistas eran los propios
peluches que la gente había mandado. Pero lo mejor estaría por llegar:
las dueñas de los “actores” viajaron desde distintos lugares de Japón
para ver a sus “hijitos” actuar. Y no, no son nenas.

Así como en Japón hay sub-culturas para todo, también están los /otaku/
de los peluches. Son personas muy apasionadas por estos seres peludos,
que les crean personalidades, voces y ropa, y que encontraron en Unagi
Travel su mecca.

Lo más raro de todo es que cuando nos vieron con Melako, el mismo que
fue compañero de sus peluches durante este tiempo y que siguieron en
facebook, vinieron a hablarle. Pero no fueron ellas las que se acercaron
a hablarnos a nosotros, sino su peluche hablándole a Melako, y ellas
moviéndolos y haciendo distintas voces para cada personaje. Por dentro
nos tentamos, y al principio nos costó responderle a un peluche
inventando una voz para Melako, pero les seguimos el juego (para ellas
realidad) y nuestros peluches tuvieron conversaciones muy profundas…

/– ¡Hola Melako-san!
//– ¡Hola Puka-san!
– ¿Cómo estás?/
/– ¡Muy bien! ¿y vos?/
/– ¡Excelente!… fue muy lindo conocerte, me divertí mucho./
/– Yo también. ¡Espero volver a verte!/
/– ¡Síiiii! /
Todas las conversaciones terminaron en un abrazo entre los protagonistas.

      *Contra la corriente*

Quienes elegimos vivir viajando, o llevar un estilo de vida alternativo,
sabemos lo difícil que es enfrentar al ejército de opinólogos que están
listos para tirarnos abajo nuestras ideas. *Imaginate lo difícil que
habrá sido para Sonoe comunicar la idea cuando esto recién empezaba. *

/“Al principio fue muy duro, porque nadie me creía que lo que estaba
haciendo era en serio. Yo tenía mi idea, y la estaba llevando a cabo,
pero la gente pensaba que estaba jugando. De a poco fui viendo algunos
resultados, y entonces ahí toda esa gente que me iba tirando abajo me
empezó a alentar a que lo siguiera haciendo. La clave fue que nunca bajé
los brazos.” –/ nos contaba Sonoe, que ya hace cuatro años que está
luchando contra la corriente de expertos en opinar sobre lo que ni
siquiera intentaron.

    *“Cuando quieras emprender algo habra mucha gente que te dira que no
    lo hagas. Cuando vean que no pueden detenerte, te diran como lo
    tienes que hacer, y cuando finalmente vean que lo has logrado te
    diran que siempre confiaron en ti” – Maxxel*

Llegamos a la agencia con las mismas dudas que seguramente tenés ahora
en mente. Dejamos a Melako para que pasara diez días únicos, y nos
llevamos una prueba más, que es que *cuando uno realmente quiere algo, y
pone todo su esfuerzo en eso, inevitablemente sucede. Sí, hasta una
agencia de viajes para peluches.*




<http://marcandoelpolo.com

los primeros combates aéreos

 Los-primeros-combates-aereos-con-garfios-piedras-y pistolas

En 1914 la aviación todavía estaba dando sus primeros pasos y se la
consideraba como una especie de “caballería volante” que apoyaba a las fuerzas de tierra. Los aeroplanos entraron en la Gran Guerra desarmados y se les destinó sobre todo a tareas de reconocimiento y observación, puesto que el recién inventado avión proporcionaba una excelente “vista de pájaro” del campo de batalla.

El uso para bombardeos era relativamente raro y muy experimental: *el
piloto tenía que tomar la bomba con la mano y lanzarla hacia el
objetivo.* Como podemos imaginar, la precisión de tales bombardeos no
era muy alta.
Conforme pasaba el tiempo, pilotos y observadores llevaban *objetos y
armas pequeñas* durante los vuelos de observación, por si se encontraban al enemigo dedicado a la misma tarea. *Y así fue como nacieron los primeros combates aéreos.*

En aquellos primeros meses de la guerra podían verse esporádicamente
sobre los cielos de Europa aviones de observación disparándose unos a
otros *con pistolas y rifles o lanzándose cualquier otro objeto que
tuvieran a mano,* como ocurrió en agosto de 1914, cuando el Teniente
W.R. Read lanzaba una pistola descargada contra la hélice de su
oponente, tal y como él mismo y su observador – Jackson – detallaron en su diario de vuelo:

/“Un día, después de nuestro reconocimiento sobre Mons y Charleroi,
Jackson vio una máquina Taube alemana. Yo también la había visto,
habíamos hecho nuestro trabajo y no quería pelear, pero Jackson
consiguió convencerme. Cambié el rumbo y, al pasar el Taube, Jackson
hizo dos disparos con el rifle. Nos dimos la vuelta y pasamos otra vez, sin resultado. Esto sucedió tres o cuatro veces. Entonces Jackson me preguntó:/
– ¿Tienes un revólver?, mi munición se ha agotado./
– Sí – contesté – pero ninguna munición./
/Jackson me apremió:/
– Dámelo, amigo, y esta vez vuela tan cerca de él como sea posible./
/Así lo hice y, para mi sorpresa, cuando llegamos frente al Taube,
Jackson, con mi revólver tomado por el cañón, lo lanzó hacia su hélice.
Por supuesto falló, pero con el honor satisfecho nos volvimos a casa.” /

Los pilotos se las arreglaban como podían. *Algunos lanzaban piedras,
ladrillos e incluso granadas de mano cuando volaban sobre sus
adversarios. Otros, como el ruso Alexander Kazakov, llegó a equipar su avión con un garfio con el que intentaba arponear a sus rivales.*

*También eran muy frecuentes el intercambio de insultos y gestos con las manos, y las maniobras de vuelo intimidatorias, pero obviamente resultaban tan poco efectivas como los objetos que se lanzaban.*

El paso definitivo en la transformación del aeroplano en máquina de
guerra se produce con la *instalación de la ametralladora*. En los
biplaza es el observador el que la maneja. En los monoplazas el arma se monta, o bien en las alas de la aeronave (obligando al piloto a la
difícil tarea de gobernar el avión al mismo tiempo que tira de unos
hilos para disparar la ametralladora) o bien sobre el piloto, con un
ángulo de inclinación de 45 grados para que los disparos no interfieran en la hélice.

En marzo de 1915, el piloto francés Roland Garros monta unas planchas
dobladas de acero sobre las hélices para así poder disparar de frente, desviando los impactos que golpean en la hélice. Pocos meses después el sistema fue mejorado para los aviones alemanes por Anthony Fokker, quien decidió sincronizar el disparo de las ametralladoras con los giros de las hélices

A partir de este momento la supremacía aérea fue oscilando de uno a otro bando hasta el final del conflicto a medida que cada uno desarrollaba sus propios avances tecnológicos, dando paso a nuevos y mejor equipados modelos de aviones. El avión ya no era sólo un observador de la guerra; ahora participaba en ella de pleno derecho.

martes, 17 de noviembre de 2015

Seguro contra golpe de estado

Desde el año 1782 el reino de Siam - en la actualidad Tailandia - era gobernado por una monarquía absoluta bajo el control de la familia real Chakri. El 26 de noviembre de 1925 asumió el trono el rey Phra-Pok-Klao Chaoyuhua, más conocido como rey Rama VII. Como la situación interna del país era muy inestable, el monarca firmó una póliza de seguro millonaria con la compañía británica Lloyds que le indemnizaba en caso de perder el poder.
En 1932, Siam sufrió un sangriento golpe de estado, que obligó al rey a exiliarse. Ya en el exilio exigió a Lloyds que cumpliera con el trato, por lo que la aseguradora le pagó lo acordado. Fue la primera y única póliza de seguros de la historia de estas características.
El rey vivió cómodamente en Suiza hasta su muerte en 1941.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Neil Armstrong y el sr Gorsky

A las 2:56:20 del 21 de julio de 1969 el comandante del Apolo 11, Neil Armstrong, pisaba la luna y pronunciaba su famosa frase "es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad. A continuación mantuvo un contacto con el centro de control de la NASA y unos momentos más tarde redondeó su célebre frase con un "Buena suerte señor Gorsky". En el centro de operaciones de la NASA quedaron sorprendidos pensando que Armstrong había saludado a un astronauta ruso. Intentaron localizar los nombres de los competidores soviéticos en la carrera espacial pero no encontraron ningún nombre que se le pareciera. Armstrong se mantuvo siempre en silencio sobre su enigmático saludo, pero el 5 de julio de 1995 durante un reportaje en la ciudad de Tampa, reveló el secreto que había mantenido oculto durante 26 años.
Durante su juventud, mientras jugaba béisbol en el patio de su casa en Wapakoneta, en el estado de Ohio, la pelota fue a parar a la casa de los vecinos, el matrimonio Gorsky. Cuando se acerco a buscar la pelota, escuchó unas voces que salían de la habitación. El joven Neil se acercó lo suficiente como para escuchar los gritos de la mujer hacia su marido. Esta le gritaba "Quieres sexo oral?, lo tendrás cuando el vecino se dé un paseo por la luna."
El señor Gorsky había muerto hacía poco tiempo, por lo cual Armstrong no sintió la necesidad de seguir guardando el secreto.

El primer paracaidista argentino

Estamos en el día 5 de Julio de 1807. Buenos Aires se defiende de la segundainvasión británica.    Pero esta vez los británicos descubren que hay un nuevo ejército que enfrentar: los vecinos. Desde las terrazas llueve agua hirviendo, aceite, además de piedras, palos e hierros.
Un centenar de invasores se pertrechó en el convento de Santo Domingo (ubicado en las actuales calles Defensa y Belgrano), lugar donde se desarrollaron los hechos más sangrientos de la lucha. Dentro del convento los británicos rescataron una bandera de su regimiento 71, que habían perdido en la primera invasión y la desplegaron en la torre de la iglesia, pero un cañon instalado en un corralón de la calle Bolívar - a 150 metros de la iglesia de Santo Domingo - disparó contra la torre del convento (en aquella época tenía una sola), para derribarla con bandera e ingleses incluidos.
Los británicos apostados en el templo no tardaron en darse cuenta de que estaban vencidos por lo que decidieron capitular. Le pidieron una sábana blanca al prior de Santo Domingo y la colgaron entre los restos de la torre, al lado de la bandera inglesa.
Al ver flamear la sábana blanca en la torre de Santo Domingo, el subteniente de Húsares, José Antonio Leiva gruñó "A ese traidor de Pack, si no se lo llevó el diablo, a la cincha me lo llevo".
Pack era el coronel Dionisio Pack, quién había participado de la primera invasión inglesa. Al reconquistarse la ciudad, a él, como al resto de los soldados de la corona de Inglaterra, se les había obligado a juramentar que nunca más empuñarían las armas contra España y sus colonias. Pack había faltado a su palabra y se había convertido en el enemigo público N°1. El cabildo le había puesto precio a su cabeza, $4000 pesos, y el subteniente Leiva quería ser el verdugo de Pack y cobrar la recompensa.
Leiva clavó su caballo en la puerta del convento al grito de "dónde está el traidor". Su tío, el padre Francisco Xavier Leiva, prior de Santo Domingo, lo atajó en el interior de la iglesia y pretendió tranquilizarlo.                                                                                                                                              - Hijo tráeme la sábana que los ingleses pusieron en señal de parlamento sobre la torre y, de paso, retira el estandarte británico.
Leiva no sabía que su tío intentaba distraerlo porque él mismo se había encargado de esconder a Pack.
El subteniente subió a los saltos la escalera, llegó a la parte superior de la torre, arrancó la sábana de entre los escombros, producto del cañonazo recibido, atrapó la bandera inglesa, pero tropezó precipitándose al vacío; pero los reflejos que le faltaron para evitar la caída, los tuvo como para improvisar un paracaídas con el pabellón inglés que le permitió disminuir la velocidad de la caída desde los 25 metros que lo separaban del piso. Gracias a ese improvisado paracaídas, sobrevivió pero el golpe le produjo una sordera permanente.

Daniel Balmaceda

El curioso origen de las bombachas gauchas


  El curioso origen de la bombacha criolla

Antes de llegar al país, esta particular prenda del hombre de campo fue
un elemento de la indumentaria árabe.

Más de una vez se ha señalado la connotación árabe del gaucho argentino
o rioplatense. La guitarra, el caballo, la asimilación de la pampa al
desierto. La España mora ha sido señalada como el canal de transmisión
de estas características.

La bombacha, con sus pantalones muy amplios que se angostan en el
tobillo, constituye una característica particular en la indumentaria del
gaucho argentino, que también tiene origen árabe, como resulta obvio al
constatar que es en el mundo árabe y en especial en lo que constituía el
imperio turco en el siglo XIX -que dominaba los Balcanes e incluso
Grecia- donde este tipo de vestimenta se usaba.
No la encontramos en el guazo chileno, el charro mexicano, el llanero
venezolano o el gaúcho brasileño.

Resulta claro y verificable que la indumentaria del gaucho argentino en
la primera mitad del siglo XIX, no incluía la bombacha, sino el chiripá.
Todos los cronistas y viajeros europeos así lo constatan, como las
acuarelas y litografías y los uniformes militares.
Así, la bombacha es un elemento de la indumentaria árabe o turca que no
llegó a la Argentina a través de España.

Es Jorge V. Duizeide, quien ha explicado esta curiosa traslación. En
marzo de 1856, se firma el Tratado de Paz que da fin a la Guerra de
Crimea, que enfrentó a las fuerzas de aliadas de Gran Bretaña, Francia,
Turquía y Cerdeña contra Rusia.

Siendo presidente de la Confederación Argentina Justo José de Urquiza,
al año siguiente de finalizar la guerra, el representante diplomático
francés ante el gobierno de Paraná, informó que su país estaba en
condiciones de vender a un precio muy conveniente 100.000 bombachas que
habían sido fabricadas para el ejército turco y que como consecuencia de
la paz se habían convertido en "rezago militar".

Urquiza se entusiasmó con la forma de pago, que era un trueque por
productos y lograda la aprobación de la compra por parte del gabinete se
aceptó la oferta de las bombachas originalmente destinadas al ejército
turco.

Todas las bombachas fabricadas por los franceses eran del color del
uniforme de dicho país, el gris "ojos de perdiz" de color blanco sucio o
isabelino y éste es el origen de la bombacha gaucha que entra en Entre
Ríos a fines de 1858.

Muchos paisanos que traían productos del litoral a Buenos Aires vendían
también "bombachas batarazas" -en Entre Ríos muchas fueron revendidas- y
como algunos de los comerciantes eran de origen árabe o turco, la
fábrica de origen fue confundida por muchos.

En tres años, se difundió con gran éxito. Es después del triunfo de
Mitre en Pavón en 1861, que se difunde en forma generalizada.

Cabe señalar que en esos mismos años, los ponchos que se vendían en las
pulperías eran fabricados por la industria británica y ya no por los
telares locales.

Tanto la bombacha fabricada en Francia como el poncho salido de las
industrias textiles francesas muestran cómo después de la caída de Rosas
la Argentina entró en un proceso de globalización económica.

Katsu Kaishu, un samurai en el far west


Las aventuras de un samurái en el Far West

Los habitantes del San Francisco de mediados del siglo XIX estaban acostumbrados a ver por sus calles a todo tipo de personajes estrafalarios. La fiebre del oro daba sus últimos coletazos y una verdadera marea de forajidos, colonos, oportunistas y gente del más diverso pelaje habían acudido como moscas a la miel atraídas por las promesas de la dorada California. Pero nada comparado con aquel tipo que merodeaba por los callejones de Barbary Coast, el barrio rojo de la ciudad, aquel día de marzo de 1860. Aquel sí que debió de parecerle a los lugareños un fulano raro de verdad. Y no era para menos, en aquellas tierras nunca se había visto un samurái ni en pintura. De hecho, nadie en todo occidente había visto un samurái en los últimos 300 años. Pero ahí estaba, paseando por la ciudad más populosa del salvaje Oeste con sus espadas al cinto, kimono de seda, sandalias de paja y moño engominado. Su nombre era Katsu Kaishu, y acababa de llegar a los EEUU encabezando la misión diplomática que el gobierno japonés había mandado a América. Aquella era la primera delegación que Japón enviaba a pais alguno desde el siglo XVII, y sus integrantes eran, por tanto, los primeros japoneses que se aventuraban fuera de sus fronteras en 200 años. Difícil imaginar a alguien más fuera de lugar que el bueno de Katsu en medio de la urbe californiana.

Japón vivía por aquel entonces bajo el férreo régimen de los Shogunes Tokugawa, que habían mantenido el imperio unido y completamente aislado del mundo exterior durante cerca de 250 años. Hasta que, en 1853, el mundo exterior vino a llamar a la puerta en forma de naves de guerra americanas. La flota del comodoro Perry se plantó en plena bahía de Edo (la actual Tokyo) con la firme intención de “invitar” a los japoneses a abrir sus puertos al comercio internacional, y al Shogunato no le quedó más remedio que plegarse a sus demandas. La alternativa, huelga decirlo, era ser cañoneados por los modernos acorazados yanquis, gigantescos buques de acero que a los nipones, todavía en el Medioevo, debieron de parecerles salidos del mismísimo infierno. Y así Japón vio cómo, de la noche a la mañana, sus ciudades se llenaban de extranjeros de absurdas costumbres, escasa higiene y aún más extraña tecnología. El choque cultural hizo tambalear los cimientos de la nación, y pronto los ecos revolucionarios empezaron a resonar con fuerza. La llegada de Perry y sus naves negras había encendido una mecha que acabaría desencadenando una tormenta de fuego como nunca antes se había visto. La era de los samuráis estaba tocando a su fin, y los casi tres siglos de Pax Tokugawa iban a tener un final abrupto y sangriento.

Pero ahora, en 1860, estamos aún en los albores de ese proceso revolucionario. Volvamos con ese samurái que deambula por las calles de San Francisco. Katsu Kaishu, hombre iconoclasta y de amplitud de miras poco usual entre sus contemporáneos, estaba convencido de la necesidad de aprender de los occidentales. Consciente del atraso de Japón y de su inferioridad ante las potencias extranjeras, abogaba por abandonar los viejos esquemas y modernizar el país. Solo así podría conservar su independencia y evitar el triste destino de China, que por esas fechas empezaba ya a desangrarse bajo el yugo colonial europeo. Afortunadamente para él y para el futuro de la nación, ciertos generales del Shogunato opinaban de igual manera, y eso le dio a Katsu, samurái de familia humilde, la inesperada oportunidad de progresar en el escalafón. Fue enviado a Nagasaki a estudiar con expertos navales holandeses y, fruto de esa experiencia, acabó como capitán del Kanrin Maru, el barco que llevaría a la primera delegación japonesa hasta Estados Unidos. El buque zarpó de Yokohama en febrero de 1860 escoltado por el USS Powhatan, para arribar el mes siguiente a San Francisco. El Kanrin Maru sería el primer barco japonés en cruzar el Pacífico, toda una hazaña, si bien el capitán Katsu, de complexión más bien frágil y propenso a los mareos, no lo pasó demasiado bien a merced de los vientos y las tormentas de alta mar.

El objetivo de la misión era, oficialmente, ratificar los tratados firmados con Perry el lustro anterior, pero para Katsu suponía una oportunidad de oro de conocer mejor a aquellos temibles bárbaros extranjeros, de estudiarlos en su propio terreno. Se moría de ganas por ver con sus propios ojos cómo vivían los americanos, cómo eran sus ciudades, cuán altos sus edificios. También le intrigaba eso que los extranjeros llamaban Constitución. Se sentía atraído por la democracia americana, la idea de gobierno del pueblo, los derechos ciudadanos… Incluso fantaseaba con introducir tales conceptos en su país. No, Katsu no había desafiado a los mares y llegado hasta América para quedarse encerrado entre las cuatro paredes del hotel.

Y, ¿qué mejor sitio para conocer al hombre de la calle que los barrios bajos de la ciudad? Ni corto ni perezoso, sin escolta ninguna y armado únicamente con sus sables de samurái, Katsu se aventuró en los tugurios de Barbary Coast. Aunque, a fuerza de ser sinceros, sus armas tampoco le serían de gran ayuda en caso de apuro. Katsu era un maestro espadachín, sí, pero no gustaba de sacar su acero a la ligera. Siempre partidario de la pluma sobre la espada, a Katsu se le daba mejor resolver los conflictos recurriendo a la palabra. Medio en broma, medio en serio, solía comentar que, de tanto tiempo metida en la vaina, su katana se había quedado incrustada en ella de tal modo que le sería imposible desenvainar aunque quisiera.

Pero, en pleno barrio rojo de San Francisco, entre calles de nombres tan evocadores como "punto de la muerte" o "donde murió Alley", y teniendo en cuenta que apenas sí chapurreaba un par de frases en inglés, no era muy probable que el bueno de Katsu fuera a salir bien de un más que posible altercado solo con su buena labia. Katsu desentonaba en semejante entorno como un pulpo en un garaje… y todos sabemos lo que acaba pasando cuando un forastero de aspecto extraño irrumpe en un “saloon” del Far West. Sea como fuere, en 1860 no se habían inventado las películas de vaqueros, así que Katsu, poco enterado de las costumbres del lugar, no se lo pensó dos veces y entró con paso resuelto en una de aquellas cantinas de mala muerte. Como su inglés no daba para mucho más, pidió una cerveza, se acomodó en una mesa y comenzó a beber tranquilamente ajeno a las miradas de asombro de quienes le rodeaban. Aunque, para ser justos, la cosa quedaba más bien en empate porque, a ojos de un hombre venido del Japón medieval, aquel antro de perdición debía de parecer tan extraño e infernal como el mismo planeta Marte.

Un samurái en medio del Oeste americano no era cosa que se viera todos los días, pero Katsu no sólo llamaba la atención por su estrafalaria vestimenta. También era un hombre atractivo y, al parecer, nuestro exótico forastero le gustó a una de las chicas del local. Una joven rubia, exuberante, embutida en un ceñido vestido de generoso escote y con una derringer escondida, por si las moscas. La típica prostituta del Oeste. Como mandan los cánones de su oficio, la chica, muy simpática, se sentó a su lado y empezó a darle charla. No debió de ser aquella una conversación muy memorable, visto el dominio de la lengua de Shakespeare del que hacía gala Katsu, pero la muchacha le ponía voluntad. Hasta que, al más puro estilo del Far West, no tardó en meterse alguien en el medio. Un tipo corpulento y zaparrastroso de casi dos metros de altura; un rudo y maloliente minero de barbas pelirrojas, revólver al cinto y machete de trampero amarrado a la pierna. Un auténtico monstruo. Las atenciones que la chica propiciaba al forastero no parecían muy del agrado del gorila, que se acodó en la mesa de Katsu y empezó a soltar exabruptos en un cerrado acento montañés. El samurái siguió dándole a la cerveza impasible, con la chica sentada a su lado. Bien es verdad que aquellas amenazas poco importaban al guerrero del sol naciente, que no entendía ni una palabra, pero los gestos amenazadores del minero dejaban poco lugar a la duda. La cosa se ponía cada vez más fea y la alternadora, avezada en ese tipo de vicisitudes, acabó echando mano de su pequeña derringer y encañono al entrometido. Katsu vio que era momento de tomar cartas en el asunto, pero no por eso alteró su gesto lo más mínimo. Se limitó a sacar un dólar de plata de la cartera, pedir otra cerveza e invitar al mastodonte a compartir mesa con ellos. La absoluta calma de aquel hombrecillo oriental, su imperturbable compostura y, sobre todo, el fuego que desprendía su mirada, desarmaron al gigantesco minero. Como un animal salvaje dominado por la voluntad de su domador, no pudo más que rendirse ante aquel extraño forastero y sentarse a la mesa a beber con él. Sin hacer ademán siquiera de rozar la empuñadura de su espada, Katsu había sometido a su enemigo.

No sería la última vez que Katsu se librase de una muerte segura por la pura fuerza de su carisma y su palabra. A Katsu le tocó vivir tiempos convulsos, y este tipo de episodios abundan en su biografía. Ciertamente, una vida tan novelesca como la suya daría para llenar varios libros de anécdotas. Tras salir de una pieza de esta aventura en los bajos fondos de San Francisco, regresaría a Japón para convertirse en mentor de revolucionarios, emprendedor industrial, político visionario, fundador de lo que sería el germen de la futura Marina Imperial… y varias decenas de cosas más. Un tipo polifacético, este Katsu. En los años siguientes, tras un largo período de convulsiones y guerra civil, Japón acabaría derrocando a los Shogunes, aboliría el sistema feudal, devolvería el poder absoluto al emperador y se adentraría definitivamente en la moderna era industrial. Y Katsu Kaishu, el hombre tranquilo, el samurái que nunca desenvainaba su espada, fue uno de los actores principales de ese gran drama.

El dia que fusilaron a Dios




  Lunacharski, el comunista que «juzgó» a Dios por crímenes contra la
  humanidad


      En 1918, este comisario de Instrucción Pública de Lenin y
      posterior embajador en España en la Segunda República organizó en
      Moscú un juicio contra el Todopoderoso en el que fue «imputado»
      por genocidio y «condenado a muerte»



«La religión es como un clavo. Cuanto más se la golpea en la cabeza, más
penetra», dijo Anatoly Lunacharski en 1923. Y debía saber de lo que hablaba este comisario de Instrucción Pública de Lenin,
que había dedicado gran parte de su vida a perseguir a la Iglesia tras
el triunfo de la Revolución Rusa en 1917.
Él y sus camaradas bolcheviques estaban convencidos de que podían
erradicar la religión de la noche a la mañana y, como tal, se dedicaron
a confiscar los bienes eclesiásticos, destruir monasterios, organizar
procesiones simbólicas en las que se ridiculizaba a dioses y profetas y
a erigir cadalsos en los que se decapitaban y quemaban efigies del Papa.
Pero el hecho más sorprendente e insólito fue el que protagonizó
Lunacharski en enero de 1918: el «Juicio del Estado Soviético contra
Dios». Un acontecimiento que tuvo lugar un año después de que elzar
Nicolán II fuera derrocado, al inicio del considerado primer periodo (1918-1923) de la persecución
sistemática contra la Iglesia en Rusia, y que coincidía con la primera
época de la exaltación del delirio iconoclasta (dícese de quienes destruyen figuras sagradas,o íconos).
En esta vorágine de acontecimientos se organizó en Moscú un tribunal
popular presidido por el tal Lunacharski,
que se declaró absolutamente competente para juzgar al Todopoderoso por
sus «crímenes contra la Humanidad».

El 16 de enero, y con una gran cantidad de público presente en aquel
«circo» histórico, comenzó el proceso en el que, durante más de cinco
horas, se produjo la lectura de todos los cargos que el pueblo ruso, en
representación del resto de la especie humana, formulaba contra el
«reo». La imputación principal parecía estar clara para los fiscales
bolcheviques: Dios era «culpable» de genocidio.

No parecía haber diferencias entre aquel juicio «divino» y otro de
índole más terrenal. Los detalles estaban perfectamente cuidados, como
si de un juicio legal se tratara: en el banquillo de los acusados se
colocó una Biblia, los fiscales presentaron una gran cantidad de pruebas
basadas en testimonios históricos y los defensores designados por el
Estado soviético presentaron bastantes pruebas de su inocencia, llegando
incluso a pedir la absolución del «acusado», alegando que padecía una
«grave demencia y trastornos psíquicos», no siendo responsable de lo que
se le achacaba.

Otro detalle importante de esta historia es que el presidente del
tribunal no era exactamente un ignorante en lo que a cuestiones de
religión se trataba. Todo lo contrario. Lunacharski que en 1933 sería
nombrado precisamente embajador en España de la URSS
aprovechó sus largas temporadas en la cárcel, antes de 1917,
para estudiar intensamente la historia de las religiones, a la que ya se
había dedicado durante años en París, como reconoce en su autobiografía.

De hecho, la intención de su libro «Religión y socialismo», que provocó
una violenta condena por parte de los miembros de su partido, era
incorporar al marxismo los valores religiosos y salvacionales que se
encontraban en las formas religiosas y cristianas. Esto le puso en
contra a muchos de sus camaradas.


        Sentencia de muerte

El 17 de enero de 1917, tras cinco horas de testimonios, apelaciones y
protestas, el tribunal declaró finalmente «culpable» a Dios de los
delitos que había sido acusado: genocidio y crímenes contra la
Humanidad. A Lunacharski ya sólo le quedó leer la sentencia: el Señor
moriría fusilado a la mañana del día siguiente y no se daría hasta
entonces la posibilidad de interponer ningún tipo de recurso, ni
establecer el más mínimo aplazamiento.

La pena de muerte fue ejecutada por un pelotón de fusilamiento,
disparando varias ráfagas al cielo de Moscú.

Pocos años después, entre 1923 y 1929, la astucia del pensamiento
bolchevique aconsejó no repetir este tipo de actos ni la persecución
abierta contra la Iglesia que habían protagonizado en los años
anteriores, e incluso el mismo Lunacharski condenó los excesos cometidos
en este sentido, antes de morir en el camino hacia España, cuando se
dirigía a ocupar su cargo en la embajada.